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LUNES CULTURAL (5)


7 de noviembre de 2016, Lunes
¡Quien me iba a decir a mi que iba a llegar al número 5 del lunes cultural sin faltar a la cita!..., ya dije el primer día al final de la explicación del por qué del Lunes Cultural que: "...Posiblemente centre casi todos mis esfuerzos en dar a conocer la figura pictórica de mi Padre, el genio que llevada dentro, aunque procuraré alternar temas y recuerdos...", así que creo que hoy toca...
primera página del Catálogo

Es mucho lo que se ha dicho de mi Padre José Reyes Guillén, de su serenidad y honestidad profesional; Fulgencio Saura Mira en el artículo que publiqué en la primera cita del Lunes Cultural quizás fué quien mejor lo definió en 4 líneas: "...Recuerdo desde mi ninez su figura elegante y su mirada arropada por el silencio de la contemplacion de la vida. Ahora en su vejez continua pintando, sin ser envidiado ni envidioso, que es el mejor estado del hombre...". Mi Padre, fué un hombre tremendamente cultivado, por su preparación universitaria, docente, personal y humana, siémpre estaba haciendo algo, trabajando en su estudio, pintando, estudiando, elaborando proyectos y/o leyendo y releyendo aquellas lecturas que tanto le llenaron e inspiraron durante su vida. entendía la vida como un camino fiel al entendimiento que "el sentido común", como decía él, le daba. Un hombre de Fé profunda que ahondaba en el por qué de las cosas, estudiando y elaborando "mejor o peor" aquello que su genio le inspiraba, él mismo lo explico magnificamente en la introducción de alguno de sus catálogos: "...podemos estar seguros de que nada de todo aquello que nos subyuga, desde la magnitud de la composición hasta el más leve detalle, es obra del azar. Todo está estudiado, elaborado concienzudamente. Se ha soñado, se ha meditado, se ha trabajado y se ha sufrido mucho..." (introducción al catálogo de la exposición que realizó el pintor en la sala Vidal Espinosa de Murcia del 1 al 15 de diciembre de 1977 - "www.reyesguillen.es").

Pero en estas primeras citas, no voy a hablar del José Reyes Guillén pintor, sino que me voy a ceñir, más bien, a su faceta literaria desconocida para muchos. De joven escribió una serie de relatos, de cuentos infantiles, en los que plasmó aquellas vivencias que junto a sus hermanos, sus Padres y su Abuela le ocurrieron en la Murcia de los años 30, previa a la Guerra Civil Española.

Os dejo con el primer relato de la colección que se titula: "El desayunto de Tronco". ¡Espero que lo disfruteis!. Un abrazo!



Portada del Librillo
I - EL DESAYUNO DE TRONCO.

Eran las ocho y media de la mañana de un día de febrero del año 1933. El monaguillo mayor de la Parroquia de San Bartolomé tenía un ostensible gesto de preocupación y de impaciencia, mientras ayudaba a devestirse de sus ornamentos sagrados al señor párroco que acababa de celebrar Misa de ocho. Estaba impaciente porque a las nueve entraba al vecino colegio - se divisaban los balcones de su clase desde la puerta de la Sacristía - cuyo maestro era inflexible con las faltas de puntualidad. Aún recordaba con terror la última vez que llegó tarde, cuando le dijo con su voz atronadora: "¡Caballerete, la escuela o el roquete!". El maestro era anticlerical. Bueno, también lo era su Padre, el del monaguillo. Y republicano. ¡¿y qué?!.

Eran las ocho y media y todavía tenía que ir a su casa a desayunar. Aunque quizás tendría que irse al colegio con el estómago vacío... No sería la primera vez.

Le decían Tronco, no sé si por lo apocado o por lo recio. Tenía otros dos hermanos menores que él: Conejito y Mediopeo. Conejito también era monaguillo de la misma parroquia. Su Madre los estaría esperando para ir a comprar la leche, el pan y el pringue o la manteca, con el dinero que le llevaran de las propinas que algunas caritativas feligresas les daban cuando pasaban la bandeja en el Ofertorio de las Misas que ayudaban; o cuando les ponían el reclinatorio al llegar ellas a la Iglesia, para lo cual había que estar muy atento y actuar con rápidos reflejos pues, al menor descuido, se adelantaba otro acólito, llevándose el consiguiente beneficio. Y aquel día Tronco no había tenido suerte. Vacíos de propinas estaban sus remendados bolsillos. De ahí su gesto de preocupación. 

Iglesia de San Bartolomé
José Reyes Guillén
Dibujo del libro: 

"Murcia a Vuela-pluma I"

Las misas más rentables eran dos: la de las siete de la mañana, que decía el bondadoso don Manuel, cuya propina era de quince céntimos y a la que asistía, lloviera o tronara, doña vicenta, rica y devota señora que propinaba a veces hasta veinte céntimos a quien le ponía el reclinatorio; y la de nueve, que oficiaba el imponente don Pedro, en tros tiempos confesor de la Reina, según decía y muy rico; tanto, que tenía su recado propio, es decir: sus albas, casullas, estolas, manípulos, cáliz, patena, etc., bien guardado en loas cajoneras de la Sacristía y que, aunque a los monaguillos les aterrorizaba debido tanto a su grandeza pasada como a su mal carácter presente, todos ellos, los que no iban a la escuela, se disputaban en ayudar su Misa pues era el único sacerdote -al menos de los que oficiaba en aquella parroquia- que daba propina ¡un real!. Un real era una cifra muy estimable para toda la monaguillería. En el Horno del Paso, allí cerca, que comunicaba entre sí las calles de la Sociedad y del Carito, podía comprarse un panecillo de diez céntimos, y dos onzas de chocolate por quinte; total: un real, lo que significaba para ellos un desayuno no ya completo, sino de día de fiesta.

Pero no; aquel día no les había ronreído la fortuna ni a Tronco y a su hermano. Y eso que desde las seis y cuarto de la mañana, a´n de noche, estaban en la puerta de la cerrada Iglesia, tiritando de frio, esperando que el sacristán les abriera, lo que hacía hacia las seis y media, y les mandara tocar el "primero" para la Misa de siete. Pero antes que ellos, habían llegado el Patata y el Paticas. Este último era llamado así porque bajo su gran corpachón, tan grande como su simpatía, sus piernas estaban atrofiadas con sus pies torcidos para adentro, lo que no le impedía con sus pasicos cortos, correr como el rayo.

Tronco y Conejito
Cuando en el silencio de la madrugada se dirigía Tronco a San Bartolomé desde el Barrio de San Miguel, donde vivía, al cruzar el jardín de Santa Isabel, oía, a veces, el repiqueteo de las botas del Paticas sobre el pavimento de Santa Catalina -el Paticas vivía en la calle del Pilar-, y entonces iniciaba una carrera feroz a través del Arco del Vizconde que, a su vez, era oida por el Paticas, que también arreciaba en su carrera hacia la calle del Trinquete como si le persiguiera el diablo, pues había que llegar el primero a la puerta de la Iglesia. Era importante, vital para ellos, llegar el primero. El vencedor, cada día, de aquellas desesperadas carreras del amanecer, tenía derecho, según acuerdo tomado entre los acólitos, con la aprobación del Sacristán, de ayudar la primera Misa y ponerle el reclinatorio a Dña Vicenta, lo que suponía una ganancia mínima de cuarenta céntimos, a saber: las propinas de don Manuel y doña Vicenta, más lo que pudiera caer de las demás feligresas madrugadoras, a las que es muy posible que sirvieran de despertadores las piernas de los managuillos repiqueteando sobre el adoquinado de las calles.

Aquel día llegaron casi a la vez el Paticas y Tronco, pero no hubo lugar a discusión ni a sorteo, porque acurrucado sobre las gradas de acceso a la Iglesia estaba el Patata, que tenía la gran ventaja de vivir en la calle de jabonerías.

Sí, Tonco estaba priocupado. desvestido el Párroco de sus ornamentos y hechas las abluciones de sus manos le dio a Tronco, además de un cariñoso cachete, diez céntimos de propina, que era la habitual entre los sacerdotes. Ya se ha dicho que don Manuel, el de las siete, daba quince, y que don Pedro, el de las nueve, veinticino; pero también había un don justo que, a pesar de su nombre, daba solamente cinco céntimos, y abroncaba, además, si se omitía un Amén. También, don Andrés, el segundo coadjutos, daba cinco céntimos, pera era diferente. Don Andrés era muy pobre. Lo sabía Tronco, que había estado varias veces en la casa donde vivía don Andrés con su madre, muy anciana, y porque le compraba los pitillos más baratos que había en el estanco: y encima hacía don Andrés dos pitillos de cada uno, para que le durara más la cajetilla. Y además, aquel cura era un pedazo de pan, y estaba sordo, por lo que no le importaba un Amén de más o de menos.  

Remedios Guillén Imbernón
"Su Madre". Col. Particular
Óleo s/lienzo
Don Antonio, el sacristán, trajinaba por la Sacristía observando con disimulo cómo Tronco contemplaba la moneda de diez céntimos en la palma de su mano. Era don Antonio un hombre robusto, de mediana edad, autoritario con los monaguillos pero rebosante de humanidad. Vivía con familia, mujer y tre hijos, en la llamada Casa del Sacristán, pegada a la Iglesia y comunnicada con ella. Bien sabía don Antonio cuál era el problema de Tronco: ¡pero qué podía hacer él que a duras pensas sacaba a su familia adelante! Vió cómo Tronco, después de pedirle permiso para irse, se quitaba la sotana y el roquete, los sodlaba cuidadosamente y los metía en la cajonera dedicada para ello. Lo vio después indeciso, tanteándose el bolsillo del pantalón donde se había guardado el "perrogordo", su única propia de aquel día; el ceño fruncido... Y se movió a compasión. Aparentando indiferencia, lo llamó y le dijo: "¡Ah!, Tronco, se me olvidaba. Mi mujer ha preparado almuerzo para tí y tu hermano. Pasa por mi casa antes de irte".

La mirada sorprendida, acuosa y penetrante de Tronco no se le olvidó jamás a don Antonio.

Tronco había comprendido. Y en un instante se ruborizó, se sofocó, se avengonzó... y huyó de la Sacristía. Bebiéndose su lágrimas corrió a su casa, con su madre, que lo estaba esperando para comprar la leche, el pan y el pringue...


José Reyes Guillén    


¡Son tantas las cosas que influyen en la formación de la persona! y estos

"Mi Madre"
Óleo s/lienzo. Colección Particular
relatos, mejores o peores, hablan muy a las claras de la escasez en la infancia de mi Padre, escasez que, desde luego, no influyo para que tuviera una infancia feliz. si a esto sumamos las atrocidades que vivió durante la Guerra Civil Española y la necesidad que pasó él y toda su familia, comprenderíamos que fué lo que le marcó el profundo sentido de la vida que ha tenido siempre al igual que tantas otras personas de su generación, fundamentando sus valores en el respeto a la vida, la solidaridad y la belleza, como decía él, "...de poder dar gracias a Dios al ver cada día un nuevo amanecer..."; así como que le ahondó aún más la profunda Fe que siempre tuvo al ver colgados y/o arrastrados por las calles de Murcia a algunos de los curas con los que convivió.

Ya desde niño tuvo ese sexto sentido de captar el SER de las personas que le rodearon, encontrando siempre en ellas su mayor o menor amor y bondad, visión que, desde luego, en su etapa de pintor le ayudó a entrever durante las conversaciones del posado la personalidad de cada uno de los personajes a los que retrató y que quedaron plasmados fielmente en sus lienzos: bondad, amor, alegría, tristeza, melancolía, frialdad..., etc.



Pedro Reyes Cerezo

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